jueves, 18 de noviembre de 2010

Ataque de furia que me salió medio podetístico no sé por qué

L’otro día, mientras seguía por televisión la apasionante última fecha del campeonato de Fórmula Uno, mi cerebro finalmente registró lo que me lleva molestando durante años sin que nunca me percatara del todo: hablo de las publicidades en medio de los eventos deportivos y su estúpida filosofía subyacente.

No me refiero a las publicidades de los sponsors, esos aburridos institucionales de Bancos, Compañías de Seguro y Tarjetas de Crédito que creen que una muestra de su excelencia y orientación al cliente implica llevarnos al borde del genocidio con intrascendentes mensajes que se repiten unas 50 veces en una sola tanda (después de todo, son sponsors de estos eventos y hay que respetarlos). Me refiero al resto, que probablemente no son sponsors del evento en sí, a menos que el Campeonato Mundial de Fórmula Uno esté esponsoreado por un par de membranas para techos,  caños de plástico y pintura sin lijado previo. Ah, y también estas publicidades son repetidas unas 50 veces en una sola tanda.

Ahora bien, qué extraña asociación libre lleva a los canales de TV a suponer que una persona que se encuentra  repatingada cual Maja Desnuda (menos lo Maja) en un sillón un domingo escuchando el hipnótico FIUNNN de dos docenas de coches durante dos horas ininterrumpidas es una de esas personas que impermeabilizarían su propio techo, o se  plantearían las ventajas de un tipo de cañería para la casa por sobre otro de distinto material? Nótese que lo mismo ocurre con los partidos de fútbol, o tenis, con el agravante de que hoy día un seguidor de fútbol probablemente se pase TODO el domingo, arrancando con el apasionante match entre el Wigan y el Blockburn, y terminando pasada la medianoche con el replay de Aldosivi vs. Desamparados. Definitivamente, no tu albañil promedio.

Para añadir sal a la herida, al filosofar esto en voz alta entre amigos, surgió la clásica recriminación del sector femenino: “Podrías hacer eso, en vez de perder el tiempo delante de la TV viendo esas carreras estúpidas!”. Momentito, vamos por partes: llamar a las carreras “estúpidas” debería estar penado con la muerte, sin temor a exagerar. Más, proviniendo del género que no ve nada malo en recordar el nombre de 40 freaks que se pelean en un set de TV por razones nimias, e incluso se emocionan “por el mal momento que pasó la modelo X”. Secondo, y aquí está la madre del borrego: por qué aceptamos mansamente la supuesta superioridad del hombre que se arregla su propia casa por sobre el esforzado televidente de fin de semana???

Acaso un hombre cubierto en sudor porque se pasó 4 horas eligiendo la mecha para hacer un agujero por el que pasar un cable es merecedor de nuestro aplauso? Dedicar 10 horas de descanso a arrojar una sustancia viscosa y maloliente en un techo y esparcirla bajo un calor agobiante es una tarea digna de un Nobel? Por qué yo, que paso 2 horas decodificando la información transmitida por millones de microscópicas lamparitas de colores y barruntando tiempos de vuelta, recordando colores de cascos y soportando el hipnótico FIUNNN no soy merecedor de igual o más alabanza? Qué tiene de especial perder 5 horas clamando a Belcebú y forcejeando con esa arandela de la canilla? Dónde está el desafío?  Es como una larga masturbación, en la que la descarga final no es un placentero orgasmo sino un brote psicótico, varias heridas cortantes y una gruesa capa de mugre.

Basta! Saquémonos la careta! Recuperemos nuestra dignidad de bolsas de papa echadas a la bartola en un sillón! También somos merecedores de amor, afecto y publicidades de cosas más útiles! (Por ejemplo sillones, baterías para controles remoto, y esas agarraderas largas para poder agarrar las medialunas de la mesa sin levantarnos)

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