L’otro día, mientras seguía por televisión la  apasionante última fecha del campeonato de Fórmula Uno, mi cerebro  finalmente registró lo que me lleva molestando durante años sin que  nunca me percatara del todo: hablo de las publicidades  en medio de los eventos deportivos y su estúpida filosofía subyacente.
No me refiero a las publicidades de los sponsors,  esos aburridos institucionales de Bancos, Compañías de Seguro y Tarjetas  de Crédito que creen que una muestra de su excelencia y orientación al  cliente implica llevarnos al borde del genocidio  con intrascendentes mensajes que se repiten unas 50 veces en una sola  tanda (después de todo, son sponsors de estos eventos y hay que  respetarlos). Me refiero al resto, que probablemente no son sponsors del  evento en sí, a menos que el Campeonato Mundial de  Fórmula Uno esté esponsoreado por un par de membranas para techos,   caños de plástico y pintura sin lijado previo. Ah, y también estas  publicidades son repetidas unas 50 veces en una sola tanda.
Ahora bien, qué extraña asociación libre lleva a  los canales de TV a suponer que una persona que se encuentra   repatingada cual Maja Desnuda (menos lo Maja) en un sillón un domingo  escuchando el hipnótico FIUNNN de dos docenas de coches  durante dos horas ininterrumpidas es una de esas personas que  impermeabilizarían su propio techo, o se  plantearían las ventajas de un  tipo de cañería para la casa por sobre otro de distinto material?  Nótese que lo mismo ocurre con los partidos de fútbol,  o tenis, con el agravante de que hoy día un seguidor de fútbol  probablemente se pase TODO el domingo, arrancando con el apasionante  match entre el Wigan y el Blockburn, y terminando pasada la medianoche  con el replay de Aldosivi vs. Desamparados. Definitivamente,  no tu albañil promedio.
Para añadir sal a la herida, al filosofar esto en  voz alta entre amigos, surgió la clásica recriminación del sector  femenino: “Podrías hacer eso, en vez de perder el tiempo delante de la  TV viendo esas carreras estúpidas!”. Momentito, vamos  por partes: llamar a las carreras “estúpidas” debería estar penado con  la muerte, sin temor a exagerar. Más, proviniendo del género que no ve  nada malo en recordar el nombre de 40 freaks que se pelean en un set de  TV por razones nimias, e incluso se emocionan  “por el mal momento que pasó la modelo X”. Secondo, y aquí está la  madre del borrego: por qué aceptamos mansamente la supuesta superioridad  del hombre que se arregla su propia casa por sobre el esforzado  televidente de fin de semana???
Acaso un hombre cubierto en sudor porque se pasó 4  horas eligiendo la mecha para hacer un agujero por el que pasar un cable  es merecedor de nuestro aplauso? Dedicar 10 horas de descanso a arrojar  una sustancia viscosa y maloliente en un  techo y esparcirla bajo un calor agobiante es una tarea digna de un  Nobel? Por qué yo, que paso 2 horas decodificando la información  transmitida por millones de microscópicas lamparitas de colores y  barruntando tiempos de vuelta, recordando colores de cascos  y soportando el hipnótico FIUNNN no soy merecedor de igual o más  alabanza? Qué tiene de especial perder 5 horas clamando a Belcebú y  forcejeando con esa arandela de la canilla? Dónde está el desafío?  Es  como una larga masturbación, en la que la descarga final  no es un placentero orgasmo sino un brote psicótico, varias heridas  cortantes y una gruesa capa de mugre. 
Basta! Saquémonos la careta! Recuperemos nuestra  dignidad de bolsas de papa echadas a la bartola en un sillón! También  somos merecedores de amor, afecto y publicidades de cosas más útiles!  (Por ejemplo sillones, baterías para controles  remoto, y esas agarraderas largas para poder agarrar las medialunas de  la mesa sin levantarnos)
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