Bueno, andaba con mucha fiaca como para postear algo, pero alguna vez hay que recomenzar la actividad bloggística. Además, he recibido pedidos de la amable teleaudiencia para que escriba, y yo me debo a mi público. Ponele.
Entre los temas pensados estaban: otra breve sinopsis de lo acontecido desde mi último post (se las hago corta: está todo liso); pensamientos inspirados en un asado al que asistí y el comienzo de una serie de posts sobre historia. Dado que supongo que la parte de historia no es muy carismática (si a alguno le interesa, que levante la mano y lo escribo), finalmente elegí la opción dos.
Brevemente: fui invitado a un asado de los compañeros de laburo. Ante la pregunta de Meli, la anfitriona: "quién se encarga de hacerlo?", y ante el silencio que siguió, me ofrecí a hacer las veces de asador a cargo.
Vale aclarar que no estamos hablando de una parrillada repleta de exóticos cortes (como centro de entraña, o chuletas de caribú) sino de unas hamburguesas y unos pedestres chorizos. Lo cual no obstó para que todos me miraran con desconfianza, al grito de "pero vos sabés hacer asado? sabés prender el fuego y todo?". Nada de lo que les dije los tranquilizó. Por supuesto que las muchachas finalmente se maravillaron de que la choripaneada me haya salido bien.
Féminas del mundo, llegó el momento de revelarles uno de los secretos más celosamente guardados por el vello sexo: cualquier mono aúllador rabicorto medianamente entrenado puede hacer un asado, fuego incluído. Toda la actividad de un asado es menos compleja que la que se necesita para preparar un kilo de milanesas o planchar una camisa, y ciertamente más divertido.
"No! No! Blasfemia! Enciendan la hoguera!" gritarán algunos, escandalizados. Y empezarán a recitar frases del tipo "hay que saber prender un fuego", "hay que saber cuál es el punto justo de la carne". Permítanme desmitificar esto.
"Hay que saber prender un fuego": Señores, es carbón lo que usamos. No amianto, no fango, carbón. El carbón es combustible por naturaleza (denserio). Agreguen papel y un fósforo. Voilà! Bienvenidos al neolítico! Lo difícil es no saber prender un fuego. Si uno apila los carbones y les tira unos papeles, el fuego va a prender. Si uno no tiene idea puede que necesite usar más de un fósforo, pero no va a tardar más de 5 minutos más que aquél que se considera experto.
"Hay que saber cuál es el punto justo de la carne": Es cierto. También es válido para las tostadas, el pollo al horno, las papas fritas, etc. Sin embargo, esas otras comidas no son miradas como una religión mistérica, al revés que el asado. Se corre el riesgo de un asado crudo, o muy cocido. Se corre el mismo riesgo haciendo un bife a la plancha.
Por qué, entonces, ese aura de riesgo extremo, de actividad sólo apta para hombres que cazan su propia comida ahorcando leones desarmados con la mera fuerza de sus bíceps? Es simple, nos permite a los hombres mandarnos la parte, sumar puntos y, lo más importante, evitarnos el hacer otras tareas domésticas que las mujeres en ese caso hacen con gusto, dado que el hombre "se está sacrificando" haciendo asado. Preferimos hacer asado a limpiar la lechuga, sépanlo.
El asado permite esto gracias a sus peculiares características. Basta con ponerse en personaje de asador, para inspirar un temor cuasi religioso. El asador se aleja del grupo social bullanguero, al que mira de lejos con cierta condescendencia mientras frunce el ceño y coloca los carbones con el cuidado de un ingeniero nuclear plantando celdas en Atucha. La construcción de algunos fuegos parece implicar el mismo esfuerzo que la Catedral de Santa Sofía, en Constantinopla. Luego viene el soplido, el apantallamiento y la magia del fuego crepitante. El asador se acercará cada tanto al grupo social. Pero siempre algo distante, la mirada perdida en intrincados cálculos de tiempos de cocción de achuras, de corrientes convectivas de calor sobre la parrilla para evitar que se arrebaten los chorizos. Al poco rato, volverá a su oscuro arte. Es un prócer y tiene una misión. El resto habla y está de guasa. El parrillero aguanta el calor, es un ícono del trabajador marxista, con su palita y el broncíneo fulgor en su frente.
Luego de una hora, hora y media de inactividad casi absoluta salvo por el jugueteo compulsivo con la carne y las brasas, el parrillero, ese nuevo Prometeo, entrega su don a los mortales: carne preparada de la manera más básica.
Con falsa modestia, bajará los ojos ante el inevitable: "Un aplauso para el asador!"
3 comentarios:
Un aplauso para el posteador!!
Pero como..., donde compraste el carbón? fuiste donde siempre, no? Ahi en Paso del Rey a lo del viejito, no? Y la carne? Donde compraste la carne?. Mire que vaca Riquelme!!!
:clap3: ;)
¡Qué gran post,y qué gran blog,Mr Quiet!
Se ha ganado usted una lectora más.
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